Llegó el momento de parar

Llegó el momento de parar. Obligatoriamente. Desde luego no ha sido por un motivo agradable, ni las formas han sido las más adecuadas: un frenazo en seco, un cambio brusco que aturde y que lastima a cualquiera. El #coronavirus no nos ha dejado más opciones, no queda más remedio que encerrarse en casa. Ya no hay apenas nada ahí fuera. En las calles ya no hay personas que las disfruten, que se sientan libres para ir y venir, que se relacionen, que hablen o que descansen en un césped o en un banco del parque. Sólo quedan los viajes más inevitables, y los que algunos se inventan para cambiar de escenario, para dejar de autocontrolarse por un rato o los que simplemente hacen aquellos que, por su naturaleza irresponsable, procuran llevar la contraria por sistema.

Aunque para muchas personas la vida se haya detenido, otras no tendrán tiempo ni para mirarse al espejo: profesionales que no descansan, que cumplen su función de forma admirable, con una fuerza inexplicable que nos deja a muchos con la boca abierta. No podrán detenerse ni parase a reflexionar, sino todo lo contrario. La sociedad siempre estará en deuda con ellos (antes ya lo estaba, cualquiera que haya estado ingresado en un hospital o haya tenido a un ser querido, sabe de la calidad humana de las personas que allí se encuentran), y esperemos que, tras la tormenta, obtengan su merecido: la consideración que se merecen por parte de todas las esferas de la sociedad, y más recursos de todo tipo para desarrollar su trabajo en mejores condiciones.

#Quédateencasa, #quédateenti. Este virus nos ha girado la cabeza de golpe y nos ha obligado a mirar hacia dentro. Desacelerar y enfocarse en uno mismo es algo que se debería hacer siempre por amor y nunca por miedo. Pero, aunque no sea un buen motivo, sí que nos hemos visto de repente en la obligación de hacerlo, y también nos tenemos que obligar, por nosotros y por las personas que queremos, a ver lo mejor de estos momentos, a sacar una moraleja, una enseñanza, algo positivo que dé sentido a un día tras otro mientras esperamos a recuperar la normalidad.

«Normalidad«. Después de este cambio, muchas cosas no volverán a ser como antes. Perderemos seres queridos, perderemos besos y abrazos que ya nunca nos darán o daremos, perderemos trabajos, perderemos riqueza, perderemos parte de nuestra cotidianidad. Pero, unos más que otros, ganarán algunas cosas. El tiempo que creemos robado, por otro lado, lo ganaremos. No se destruye ni nos lo arrebatan, sino que lo emplearemos en cosas diferentes. Ganaremos tiempo con nuestros seres queridos, al menos con los que nos hemos visto confinados. Ganaremos tiempo para nosotros mismos, para conocernos un poco mejor y para cuidarnos, si conseguimos durante un rato al día silenciar el ruido que provoca el miedo y la incertidumbre que ha propagado este virus dentro de nosotros. Ganaremos textos, reflexiones, cuentos y poemas nuevos, ganaremos cuadros y dibujos, música, guiones y manifestaciones creativas de todo tipo que nunca se habrían inventado si esto no hubiera ocurrido. Y hasta algunos ganaremos una casa más limpia y ordenada, que puede parecer una bobada pero no lo es si ello sirve para sentirnos un poco mejor.

Cierra los ojos, respira hondo muy despacio y siente el aire que entra y sale, al menos un par de minutos al día. En estos momentos todos y cada uno de nosotros tenemos una finalidad, un objetivo. Puede que sea cuidar enfermos en un hospital, poner multas a los insensatos o simplemente relajarnos, encerrarnos y armarnos de paciencia. Céntrate en eso para que todo ahí fuera funcione. Hagamos que el virus se muera de aburrimiento al ver las calles vacías o rodeado de burbujas de jabón en nuestras manos. Ánimo, ganaremos.